Es bastante evidente que he estado desaparecida de mi blog, en un inicio fue porque me fui de vacaciones al sur con mi pololo y no tenía el mejor acceso a internet del mundo.
Además de eso como probablemente haya dicho antes por este medio, yo no soy esa persona que se desahoga escribiendo (ojalá lo fuera, la vida sería más fácil).
Cuando estoy pasando por un mal momento tiendo a cerrarme en mi misma y a sobrepensar las cosas, si a eso le sumo que ya soy ansiosa por naturaleza y que soy terriblemente perfeccionista, se genera una combinación explosiva.
Y así es como las semanas que pasaron se me hicieron particularmente difíciles, porque estaba aterrorizada de volver a entrar a clases.
Después de mucho tiempo, por fin me siento lista para hablar de esta tema, y es que el semestre pasado para mí fue como la corneta.
El semestre pasado fue muy como la corneta.
Si bien logré encontrar una paz conmigo misma que nunca antes había tenido, desde la perspectiva de mi autoestima y aceptación de mi cuerpo, también me tocó enfrentarme a dos situaciones que me hicieron pasarla súper mal: una es que tuve problemas con amistades en la U, y la otra, la más penca, es que me eché ramos.
Mucha gente dice “ya pero es medicina, es normal echarse ramos”, y la verdad es que sí, pasa bastante, y a cualquiera le puede pasar.
Pero varios pensamientos se me empezaron a repetir en la cabeza: “tengo 22 años y voy recién en primero“, “soy la más vieja y me eché un montón de ramos“, “voy a salir más tarde que todos mis compañeros de colegio“, “soy un fracaso“.
Lo que más se me quedó conmigo es lo último. El “soy un fracaso” me persiguió por varios meses. Desde que acepté que había reprobado los ramos, hasta más o menos la mitad de las vacaciones.
Y es que es súper duro.
Yo soy una fiel creyente de que nunca es tarde para empezar a hacer lo que amas, y que vale la pena luchar por lo que quieres.
Pero aún así no pude evitar caer en el juego. De las comparaciones, de querer cumplir con la presión social. El juego de querer ser la estudiante perfecta. De querer hacer demasiado y terminar logrando muy poco.
En una sociedad que es tan… ¿Exitista? El “fracasar” se siente como una condena, sobretodo al tener una personalidad tan obsesiva y perfeccionista como la mía.
La verdad es que el perfeccionismo puede ser paralizante, y eso me pasó a mí el año pasado. Se volvió tan abrumador que el solo hecho de empezar a hacer una tarea me ponía terriblemente ansiosa.
Y si tienes o has tenido ansiedad, me imagino que sabes que es muy difícil poder concentrarse, y por lo mismo, aprender algo mientras sientes la ansiedad.
Mis chorrocientas noches de sueño no rindieron nada. Mi agotamiento no se tradujo en buenas notas, y mi desesperación no funcionó como motivador, sino como un agente paralizante.
Cerrar el semestre fue ponerle fin a una agonía que llevaba sintiendo por semanas. Y para mí, acostumbrada desde el colegio a obtener buenos resultados sin un esfuerzo exagerado, el no aprobar estos ramos fue un enorme golpe en algo que siempre se me había dado con bastante facilidad.
Me di un tiempo para aceptar lo que me había pasado y preferí no hablar del tema hasta que me sintiera lista. Descansé un montón, dormí un montón, me relajé un montón.
También lloré un montón.
Y así me di cuenta de que esto era algo que me tenía que pasar, o más bien, que eventualmente me iba a pasar.
Porque toda la vida hice las cosas a última hora, acostumbrada a “trabajar bien bajo presión”, pegándome atracones intensos de estudio, siempre confiando en mis capacidades.
Pero en esta carrera eso no funciona, porque para que te vaya bien en medicina tienes que ser constante. La inteligencia vale un pepino si no eres capaz de organizarte para sacarle provecho.
Y constante es lo que yo menos soy.
Un día puedo leerme un libro, escribir un post y hacer tres resúmenes, pero al día siguiente quizás ni siquiera sea capaz de ir a clases porque me quedé dormida.
Y en esta carrera la falta de disciplina no perdona.
Y a mí, que el colegio, la Antropología y los preuniversitarios me perdonaron mi inconstancia, la Medicina no me lo perdonó.
Así que aquí estoy. Tengo 22 años y sigo en primero, no estoy en mi práctica, no me he licenciado y no estoy pensando en un proyecto de tesis.
Acepto que lo que me pasó es una señal de que tengo que hacer grandes cambios en mi vida, y estoy intentando hacerlo.
Tengo 22 años y quizás estoy “atrasada”, pero no me he rendido.
No seré constante, pero te juro que la perseverancia me sobra.
Hola, ya había leído algunas de tus entradas y hoy de la nada se me ocurrió volver a leer y lo de recién, por un momento, fue como si contaran una historia de mi… Es realmente abrumador y paralizante, también tengo 22 y siento por momentos que he arruinado todo, pero hay una ventana, no es de ser fracasada, o sentirse menos que el resto, hay que seguir adelante y superarnos, un día todo valdrá la pena. y éxito este año c:
Muchas gracias por leer mi blog <3 lo aprecio muchísimo. No conozco tu caso, pero es súper difícil ir "atrasada" en la vida. Pero nada po, tenemos que ponerle ganas y seguir peleando 🙂 es difícil pero se puede.
Un abrazo,
Pol