Después de una lesión de rodilla, hoy por primera vez en mucho, mucho tiempo me sentí con la fortaleza física y mental suficientes para salir a trotar por un ratito, al lado de mi amado río Han.
Para mí el ejercicio es y quizás siempre será una slippery slope (pendiente resbalosa). Me es muy fácil perder el horizonte. Rápidamente una actividad que supuestamente se trata de conectarme conmigo misma se puede transformar en un canje extremadamente punitivo.
“Hoy comí pizza así que tengo que hacer cardio por al menos una hora”, “voy a hacer pole dance así que tengo permitido darme un gustito con mis amigos”, “si corro por 20 minutos tres veces a la semana quizás por fin logre bajar lo que subí el año pasado”.
Y las fantasías de una vida estando flaca – por lo tanto una vida exitosa – aparecen de forma involuntaria.
Porque casi siempre se trata de lo que implica estar flaca, más que realmente estarlo.
La instancia de relajo entonces, es de repente un espacio obsesivo ya-no-agradable, incluso cuando mis intenciones fueron en un principio las más inocentes.
Y es terriblemente fácil disfrazar esta ambivalencia.
Creo que lo más terrorífico es lo contaminada que una mente puede llegar a estar porque a pesar de mis años de terapia encima todavía no puedo simplemente llegar y decir “no me voy a preocupar de la comida”. Cada decisión sigue demandándome más conexiones neuronales de las que debería. Algunos días es un poco más fácil, otros sigue siendo algo extenuante, así el enfoque sea “restringir para bajar de peso”, “comer según lo que mi cuerpo me pida” o “relajarme y no pensar en eso” (siempre se piensa en eso).
Supongo que a mis 24 años y ya sin ganas de gastar más tiempo, plata y energía en este tema, el modus operandi es, en vez de negar la existencia de estos pensamientos, como hice por varios años, reconocerlos y de alguna forma dejarlos hablar porque ellos tienen un significado: hay algo que llevan muchísimo tiempo intentando comunicarme y que yo, en mi obsesiva búsqueda de la perfección, tanto al intentar controlar la apariencia de mi cuerpo como al buscar controlar lo “limpia” que debe estar mi mente de estos mismos pensamientos, no se los he permitido.
Y así es como durante años he sido la reina de mentirme a mí misma, en distintos aspectos de mi vida.
Con las dificultades que esto implica, estoy intentando hacer las paces con todos estos matices de la salud, ya no sólo con los que son amigables o socialmente (un poco más) aceptables, sino también con esos patrones oscuros que tanto tiendo a repetir, esos que su sola existencia antes me avergonzaba admitir.
Quizás nunca lo logre del todo pero decidí que con o sin pensamientos obsesivos, con o sin el cuerpo que antes me acomodaba, voy a disfrutar del deporte por lo que es: una instancia para fortalecer el cuerpo, la mente y finalmente el alma.
Voy a seguir aprendiendo a vivir conmigo misma, incluyendo todas esas partes oscuras que por demasiado tiempo no me permití ver, porque sólo así realmente voy a poder estar en paz.